Mi papá dice que este viaje es la última alternativa. Que aunque todavía podemos pasar años en la Tierra es mejor irse del planeta ahora que se puede y no esperar a que los cambios en el clima sean tan fuertes como para que no podamos despegar. A mí me hubiera gustado más quedarme. No me hace gracia la idea de vivir los próximos años entre un montón de paredes y sin salir a jugar con los amigos del barrio. Pero como dice mi papá, por unos años más, mejor no nos arriesgamos. Y la verdad es que si él lo dice, por algo será.
Lástima que ya no puedo volver a ver el parque donde jugábamos partidos larguísimos. Ni tampoco podemos volver a la colina desde donde nos tirábamos a esquiar sin esquís, levantando unas nubezotas de polvo mientras gritábamos de susto y de contentos.
Ya no podemos volver a esos lugares pero seguro hay algo bueno. Yo solo tengo ocho años y como dicen algunas personas, no he vivido tanto como para que no me pueda acostumbrar a otro lugar. Me imagino que algunos adultos tienen más razones para estar tristes. Porque, ¿qué va a pasar con los trabajos de todos? ¿para qué estudiaron tanto tiempo los que se graduaron ayer? Y el lugar al que vamos… ¿tendrá vacas o caballos? ¿o qué van a atender los vete… veterinarios?
Ojalá que el lugar al que lleguemos sea parecido a la Tierra. Que por lo menos tenga atardeceres rojos como los de aquí y que sople el viento, para que haga música entre los árboles. Ojalá que mis amigos puedan encontrarme cuando lleguemos. Que en estos años que nos toca viajar entre las estrellas a los adultos importantes, a esos que salen en la tele se les olvide cómo se hace la guerra, y que entiendan que es facilísimo ponerse de acuerdo cuando las cosas puedan ser malas para las dos partes. Y dicen que los niños no entendemos. No somos tan pequeñitos para no saber lo que nos va a tocar a nosotros cuando lleguemos, cuando termine este viaje al que mi papá le dice éxodo.
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