martes, 26 de octubre de 2010

Nada cambia si no hay ganas de cambiar.

Es interesante cómo algunas canciones reflejan estados de ánimo y momentos de nuestras vidas. En estas semanas de transición me encontré una canción de Diego Torres en mi iTunes y la verdad me ayudó a ver que los cambios son necesarios, sobre todo cuando uno tiene miedo o desidia de tomar decisiones importantes en la vida.
La canción se llama El mundo sigue igual y tiene mucha razón cuando dice que hay momentos en la vida en que debemos tomar decisiones difíciles, siempre buscando ser felices y sin esperar a que alguien presione el botón de pausa mientras pensamos qué hacer. El coro de la canción dice así:

Sé,
que nada va a cambiar
que siempre será igual,
difícil que algo cambie si no hay ganas de cambiar.
El mundo sigue igual
por tí no parará
la vida gira y gira sin mirar a donde vas.
(...)
Nada cambia si no hay ganas de cambiar.

La frase final es una de las verdades más claras que he escuchado en las últimas semanas. Y aunque el texto venga de un músico pop la verdad es que tiene mucha razón. Es cierto que el mundo sigue su curso sin que le importen nuestros miedos, inseguridades o perezas.
En lo personal creo que ya fue suficiente tiempo sin moverme en muchos sentidos. A veces uno necesita que le muevan las bases para reaccionar, por eso esta semana volveré a activarme como estudiante de la universidad. ¡Es hora de sacar esa condenada tesis!

martes, 19 de octubre de 2010

Pequeña

Mientras ella te extraña y aún llora tu ausencia solo puedo pensar en lo lejos que estoy de entender su dolor. Sé que vos y yo no nos conocimos, que no puedo experimentar las mismas sensaciones que ella y su familia viven hoy, pero sabés (estoy seguro que donde estás se puede ver el corazón de la gente) que me habría encantado conocerte y compartir tiempo a tu lado. Porque fuiste y sos una parte importante, vital y eterna de su ser. Porque la hiciste feliz y dichosa, porque cambiaste su vida y le dejaste muchos momentos llenos de cada sentimiento posible.

Hoy sabés que lo que más quiero es su sonrisa y que me duele no estar cerca para sostener su mano. Decile al oído que esté tranquila, que desde el mejor lugar que existe la cuidás y sonreís cada vez que ella lo hace. Decile que la queremos. Y que todo va a estar bien.

lunes, 18 de octubre de 2010

No necesitamos los ojos para ver el color del paraíso

Acabo de ver El color del paraíso en la Sala Garbo, como parte de su nuevo espacio El público presenta y tengo que confesar que no la había visto, pecado cinéfilo que se había extendido por 6 años ya.
La historia es bastante simple, Mohammad es un niño ciego en un internado para niños ciegos que está a punto de salir a vacaciones de 3 meses. Su padre es renuente a que su hijo viaje a casa con él pues lo ve como un obstáculo para rehacer su vida y conseguir una nueva esposa que lo cuide cuando sea viejo. Sin embargo, aunque renuente lleva a su hijo a casa donde sus hermanas y su abuela lo esperan con los brazos abiertos y llenos de cariño. Mohammad es un niño estudioso y muy inteligente, siempre pendiente de los sonidos que lo rodean y queriendo aprender todo lo que puede, incluso en lugares que a simple vista no nos enseñarían nada, así llega a descubrir incluso alfabetos braile escritos en los granos del trigo, en la arena de playa y en el golpeteo que un pájaro carpintero hace en la madera. Pero pese a todo esto el padre decide deshacerse de él para asegurar su propio futuro y se lo entrega a un carpintero ciego para que lo críe como su aprendiz. Allí, Mohammad llora su sentimiento de abandonado:
"Nadie me quiere, ni siquiera mi abuela. Todo el mundo se aleja de mí porque soy ciego. Si pudiera ver podría ir a la escuela del pueblo con los otros niños, pero como no puedo ver tengo que ir a la escuela para niños ciegos en el otro extremo del mundo. Nuestro profesor dijo que Dios ama a los ciegos porque no pueden ver y yo le dije que si fuera así no nos habría hecho ciegos, para que pudiéramos verlo a él. Me contestó que Dios es invisible, está en todas, puedes sentirlo cerca, lo ves a través de la punta de los dedos. Ahora tiendo las manos por todas partes buscando a Dios hasta que puedo tocarlo y pueda contarle todos los secretos de mi corazón". El carpintero solo puede coincidir con Mohammad, dándole la razón a su profesor.
Sin embargo, había un detalle que el niño no conocía, su abuela sí lo quiso, siempre. Y es por eso que cuando ella se entera de lo que hace el padre del niño decida marcharse de la casa en medio de una tormenta, cayendo enferma y un poco tiempo después falleciendo, con una sonrisa en el rostro, pues segundos antes de morir vio a Dios, imaginándolo como su pequeño nieto.
Y ese es el gran mensaje de la película, lo que a mi parecer la convierte en una joya del cine. Dios (o la mayor deidad en la que se crea) está siempre alrededor nuestro, en el canto de las aves que escucha Mohammad, en los granos del trigo, la arena de playa, las piedras del río, el martilleo de los pájaros carpinteros contra los troncos y además, como también lo ve su abuela, en las personas que amamos, principalmente en los niños.

sábado, 9 de octubre de 2010

Salir a correr sin música

Nunca fui de los que sale a correr cada mañana. Ni dar vueltas en la pista que rodea la plaza de deportes más cercana, ni darle la vuelta al barrio, ni siquiera de los que corría hasta un punto X y luego dar vuelta en U y regresar a casa. No, la verdad es que este tipo de ejercicio lo veo aburrido y hay que tomarle el gusto, lo admito.
Luego comencé a intentarlo mientras escuchaba música y se me hizo mucho más tolerable, sobre todo porque me inventé el jueguito de correr más fuertemente cuando la canción de turno era más movida o acelerada y descansaba caminando cuando la canción era más lenta. Pero desde hace algunas semanas perdí mi ipod y salir a correr ha vuelto a ser tedioso, eso lo comprobé hoy cuando salí por unos 45 minutos a la pista más cercana.
No sé por qué hacer un post sobre esto, pero bueno... supongo que tenía algunos minutos libres esta tarde, jejeje.

domingo, 3 de octubre de 2010

Capital de farmacias

Hace ya varios meses mi madre me pidió el favor de que le buscara una crema de manos. Se trataba de una marca y una presentación en específico porque era la única que le funcionaba como tenía que funcionar una crema de manos. Yo, sin siquiera imaginar lo que me esperaba le tomé los datos y me dediqué en mis diferentes recorridos como peatón por San José centro a buscar el mencionado producto.
Resultó ser que esa presentación de la crema era bastante diferente a las demás. La marca tenía unas seis diferentes cremas y la que yo buscaba era la que menos gente compraba, por consiguiente, la que menos farmacias solicitaban a sus proveedores. Al final la encontré varias veces, pero algo muy curioso dentro de todo esto, es que me quedó la costumbre de que cada vez que paso frente a una nueva farmacia volteo a ver el área específica en que colocan las presentaciones de la marca y busco el color turquesa característico de la tapa de la crema que mi madre necesita.
Sin embargo, hay otro resultado aún más curioso de estas peripecias en busca de la mencionada crema (al menos para mí), y es que me di cuenta de la gran cantidad de farmacias que tenemos en San José. Por lo general recorro los mismo lugares y fueron estos sitios los primeros en irme abriendo los ojos respecto a la repetición de locales farmacéuticos; pero las cosas no se quedaron allí, incluso cuando me salía un poco de las rutas habituales seguía encontrando nuevos letreros que señalan la ubicación de una farmacia. ¿Será que somos un país hipocondríaco?
Obviamente faltan muchas farmacias por señalar, pero todavía me quedan muchas calles y avenidas por recorrer también.