miércoles, 31 de marzo de 2010
460 gramos
domingo, 21 de marzo de 2010
Soledad
-Yo soy la soledad de Manuel Acuña. Vivo junto a él cada momento de su vida, porque aunque lo rodean muchas personas, realmente Manuel siempre está conmigo. Es decir, tiene a mucha gente con él, pero a nadie en el corazón permanentemente. Por supuesto que si alguien llega a estar ahí alguna vez yo moriré, pero para eso vivimos las soledades, para morir contentas y satisfechas cuando nuestros acompañados encuentran a su persona ideal.
“Por lo general iniciamos nuestra convivencia junto a los hombres y mujeres cuando comienzan a fijarse en el sexo opuesto como posibles compañeros de por vida. Por eso, las primeras soledades de la gran mayoría de las personas viven muy poco, todo por culpa de los continuos y fugaces enamoramientos adolescentes.
sábado, 20 de marzo de 2010
Una propuesta
miércoles, 17 de marzo de 2010
Hoy me pican los dedos
lunes, 15 de marzo de 2010
Pip vs Finn
miércoles, 10 de marzo de 2010
Terror sobre nosotros
El inclemente paisaje blanco los empapaba con sus elementos: nieve, viento, nieve, frío, nieve. Viajar por el desierto helado nunca era rutina, aún si se estaba viajando al poblado más cercano, nunca se sabía lo que podía pasar.
Aquellos nueve hombres formaban una fila que avanzaba lentamente; caminando fatigados con sus cargas y su equipo en la espalda. Vestían gruesos trajes que los protegían del inclemente frío, calentándolos un poco en medio de todo ese infierno de hielo y viento, en donde sus pensamientos giraban entre mareos provocados por la prolongada exposición a las bajas temperaturas, a las cuales siempre terminaban acostumbrándose dolorosamente.
De repente algo cambió, en aquel paisaje había algo nuevo. Un ruido. Un sonido extraño sobre sus cabezas, alto en el cielo. Sefan, el líder de la marcha miró hacia arriba, inquieto. En medio de la tormenta de nieve que los encerraba cegándolos, una nave surcaba el cielo con dificultad en un extraño movimiento con el que despedía un humo negro, que dibujaba una temblorosa estela de muerte anticipada. Los caminantes la observaron y con asombrados ojos notaron que poco a poco giraba hacia ellos, hacia su posición en medio del mar blanco.
Aquellos hombres cansados comenzaron a desesperarse, a correr e intentar escapar de lo extrañamente encontrado en medio de la nada y del todo, como un destino macabro burlándose de ellos. Gritaban y buscaban una vaga esperanza de salvación.
Sefan observaba la situación de pie, quieto en medio del caos de gritos y oraciones del resto de los hombres. Aquel valiente líder había recorrido miles de millas por todo el planeta, combatiendo fuerzas militares de oposición y buscando aventuras de cuando en cuando. Tras los gruesos cristales de sus lentes parecía desafiar al destino, al que apuntaba con sus ojos negros, como fuegos negros que miraban a la muerte de frente, con tranquilidad.
La nave, en su descontrol continuaba acercándose frenéticamente, como si su último deseo fuera llevarse consigo a esos hombres desafiantes del destino.
Sefan seguía quieto. Fe, desafío, arrogancia o miedo lo mantenían en su posición. El seguía con su vista clavada al frente y en un segundo tuvo una extraña certeza de supervivencia. Entonces sucedió lo esperanzado, la desgracia en llamas no los tocó; pasó cerca pero sobre ellos y se precipitó a tierra a apenas unas cuantas decenas de metros, la distancia suficiente para no verse envueltos en la sorda primera explosión del golpe.
Mientras algunos de los hombres lloraban y otros reían, una presentida pesadilla hizo que Sefan volteara hacia la desgraciada nave. No se trataba de una nave cualquiera; no era nave inocente, pertenecía a las fuerzas especiales detonadoras de armas atómicas, como lo mostraba el signo circular formado por triángulos que apuntaban hacia el centro. El peligro no había pasado, acababa de estrellarse en sus propias narices. Sefan lo entendió entonces y en medio de sus hombres sintió el verdadero pánico de la muerte entrar por sus ojos, enfriándole aún más las entrañas. Se tiró a tierra y empezó a cavar una esperanza en la dura nieve. Sus hombres lo imitaron y entre todos le robaron centímetros al suelo, haciendo un escape hacia abajo que también podría convertirse en sus tumbas en cualquier momento. Sefan siguió avanzando hacia abajo, y creyó cavar hasta la eternidad con movimientos lentos e insuficientes, hasta que el viento de muerte pasó sobre él.
Este texto es viejito, viejito (creo que debe ser como del 2002, se trata de uno de los primeros cuentos que escribí cuando me dio la loquera de escribir historias pensadas para ser ilustradas en cómic).
Burocracia
Sacó de la bolsa interna de su chaqueta ambos documentos y los colocó en el mostrador mientras el empleado de gobierno sacaba de una gaveta una especie de libro de actas. Buscó una página en específico y comenzó a examinar un listado, tratando de encontrar en este el código del proyecto de investigación señalado en el fax. Una vez que lo hizo tomó los documentos del detective y luego de examinarlos durante un par de segundos volvió al sujeto que tenía delante, de arriba abajo otra vez. Por un momento Oliver se sintió como una estatua siendo observada por su escultor, cuando este recién la termina y busca imperfecciones que corregir. Ese pensamiento le trajo una pequeña sonrisa a los labios, que el burócrata interpretó de otra forma, retirando entonces sus ojos del detective. El librito de permiso de trabajo recibió el primer sello de la mañana.
-Gracias, tenga muy buenos días –le dijo Oliver al alejarse de aquel mostrador.
-Con gusto –le contestó a secas el burócrata.
-Pie derecho para comenzar –volvió a murmurar para sí mismo el detective.
Tres horas después, con cuatro sellos en su libreta de permiso de trabajo se dirigió a la última estación de su vía crucis personal.
-Buenos días –le dijo con poco ánimo a la mujer que le recibió tras el mostrador de turno.
-Hola, buenos días –le sonrió de vuelta ella.
-Vengo por el sello final de aprobación –le comentó extendiéndole la libreta. Ella la tomó con la misma sonrisa en su boca y luego levantó la vista.
-Permítame sólo un minuto, ya vuelvo.
Se retiró hacia alguna parte trasera de la oficina y volvió un par de minutos después, trayendo con ella un sello oficial, un poco más pequeño que los demás ya impresos en aquellas hojas. Por un instante Oliver estuvo tentado a hacerle conversación, pero algo dentro de él le hizo callar.
-Listo –le sonrió ella -. Todo listo para comenzar, detective Dobles.
-Muy amable, buenos días.
Entonces se retiró del mostrador pensando en todo menos su trabajo. Por su cabeza pasaban frases rebuscadas, excusas tontas para iniciar una conversación, para extender el diálogo, todas las opciones cuyo uso acababa de desechar. Sonrió, aunque no supo por qué.
Este es otro fragmentito de la novela en proceso y que ahora estoy considerando no dejarla en el formato literario "normal". Originalmente la idea era crearla como una novela gráfica. Creo que podría considerar trabajarla de nuevo en esa forma.