miércoles, 10 de marzo de 2010

Terror sobre nosotros

El inclemente paisaje blanco los empapaba con sus elementos: nieve, viento, nieve, frío, nieve. Viajar por el desierto helado nunca era rutina, aún si se estaba viajando al poblado más cercano, nunca se sabía lo que podía pasar.

Aquellos nueve hombres formaban una fila que avanzaba lentamente; caminando fatigados con sus cargas y su equipo en la espalda. Vestían gruesos trajes que los protegían del inclemente frío, calentándolos un poco en medio de todo ese infierno de hielo y viento, en donde sus pensamientos giraban entre mareos provocados por la prolongada exposición a las bajas temperaturas, a las cuales siempre terminaban acostumbrándose dolorosamente.

De repente algo cambió, en aquel paisaje había algo nuevo. Un ruido. Un sonido extraño sobre sus cabezas, alto en el cielo. Sefan, el líder de la marcha miró hacia arriba, inquieto. En medio de la tormenta de nieve que los encerraba cegándolos, una nave surcaba el cielo con dificultad en un extraño movimiento con el que despedía un humo negro, que dibujaba una temblorosa estela de muerte anticipada. Los caminantes la observaron y con asombrados ojos notaron que poco a poco giraba hacia ellos, hacia su posición en medio del mar blanco.

Aquellos hombres cansados comenzaron a desesperarse, a correr e intentar escapar de lo extrañamente encontrado en medio de la nada y del todo, como un destino macabro burlándose de ellos. Gritaban y buscaban una vaga esperanza de salvación.

Sefan observaba la situación de pie, quieto en medio del caos de gritos y oraciones del resto de los hombres. Aquel valiente líder había recorrido miles de millas por todo el planeta, combatiendo fuerzas militares de oposición y buscando aventuras de cuando en cuando. Tras los gruesos cristales de sus lentes parecía desafiar al destino, al que apuntaba con sus ojos negros, como fuegos negros que miraban a la muerte de frente, con tranquilidad.

La nave, en su descontrol continuaba acercándose frenéticamente, como si su último deseo fuera llevarse consigo a esos hombres desafiantes del destino.

Sefan seguía quieto. Fe, desafío, arrogancia o miedo lo mantenían en su posición. El seguía con su vista clavada al frente y en un segundo tuvo una extraña certeza de supervivencia. Entonces sucedió lo esperanzado, la desgracia en llamas no los tocó; pasó cerca pero sobre ellos y se precipitó a tierra a apenas unas cuantas decenas de metros, la distancia suficiente para no verse envueltos en la sorda primera explosión del golpe.

Mientras algunos de los hombres lloraban y otros reían, una presentida pesadilla hizo que Sefan volteara hacia la desgraciada nave. No se trataba de una nave cualquiera; no era nave inocente, pertenecía a las fuerzas especiales detonadoras de armas atómicas, como lo mostraba el signo circular formado por triángulos que apuntaban hacia el centro. El peligro no había pasado, acababa de estrellarse en sus propias narices. Sefan lo entendió entonces y en medio de sus hombres sintió el verdadero pánico de la muerte entrar por sus ojos, enfriándole aún más las entrañas. Se tiró a tierra y empezó a cavar una esperanza en la dura nieve. Sus hombres lo imitaron y entre todos le robaron centímetros al suelo, haciendo un escape hacia abajo que también podría convertirse en sus tumbas en cualquier momento. Sefan siguió avanzando hacia abajo, y creyó cavar hasta la eternidad con movimientos lentos e insuficientes, hasta que el viento de muerte pasó sobre él.


Este texto es viejito, viejito (creo que debe ser como del 2002, se trata de uno de los primeros cuentos que escribí cuando me dio la loquera de escribir historias pensadas para ser ilustradas en cómic).

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