jueves, 8 de octubre de 2009

El hombre que tomaba aspirinas

La publicidad decía que las aspirinas eran buenas para los males del corazón, por eso él las tomaba. Julio era uno de esos enamorados de hueso colorado, de los que hacen de una simple mirada de mujer toda una posible historia fantástica, una que rivalizaría con los mejorescuentos de hadas.

Subir al autobús y viajar a cualquier lado era el inicio de muchos futuros posibles, con alguna colegiala simpática que le lanzara miradillas coquetas o con la despampanante rubia que iba sentada justo en el lugar preciso donde su maravilloso escote se convertía en el protagonista de aquel viaje. Amaba todas y cada una de las formas en que Dios empacaba a las mujeres. Eso sí, tampoco era lo suficientemente “amable” como para cortejar a alguna mujer que considerara fea… “tampoco la violencia”, solía decir a sus amigos… “me gustan todas las mujeres, pero meterse con cualquiera ya son otros cien pesos”, recalcaba con vehemencia. Y es que, ¿quién no se ha enamorado mientras camina por una acera, se toma una cerveza en un bar, hace el alto del semáforo en su auto o mira por la ventanilla de un autobús? A todos nos pasa, todos sufrimos de esa dolencia instantánea que generan unos misteriosos ojos femeninos, unos discretos labios o unas eternas piernas. 

Pero bueno, es hora de que volvamos a Julio y a su historia; o mejor dicho, es hora de comenzar a contarla, porque hasta ahora se me ha ido el texto en opiniones propias.


Continuará...

No hay comentarios: