lunes, 7 de noviembre de 2011

De robots

Los robots flotaban lentamente entre los escombros de la ciudad, como parte del proceso de limpieza automatizada que dictaba el protocolo de desastres. Cada una de las diferentes unidades tenía tareas específicas para las que habían sido diseñadas y construidas. Estaban los que simplemente levantaban estructuras hasta los que, como diminutas ratas, buscaban el más pequeño indicio de vida en el área. Otro tipo de robots se encargaba de encontrar, identificar y enterrar los cuerpos de los que no lograron escapar a tiempo.

El accidente nuclear se había producido en la planta más cercana a la comunidad portuaria de aquel enorme país. Casi de inmediato los planes de evacuación comenzaron a funcionar como se esperaba, alejando a cientos de miles de personas de una ciudad que no volvería a ser la misma jamás. Cada uno de los movimientos de los robots era medido cautelosamente por una matriz general, ubicada a kilómetros de distancia, más allá de la barrera que dividía la zona del desastre de aquellas áreas del país que se habían librado de los efectos del accidente. La zona de radiación se había establecido tomando en cuenta la geografía y los cambios de dirección de los vientos en esta época del año, por lo que el viaje desde un punto al otro requería de varias horas y muchos protocolos de seguridad. Los encargados de la planificación de aquella ciudad habían imaginado, quizás demasiado bien para una mente humana sana, las consecuencias de un evento de este tipo y gracias a eso las consecuencias no habían sido mayores. Sin embargo, los números eran escalofriantes: ochenta mil muertes, doscientas mil personas desaparecidas y cinco millones evacuadas a otras áreas y en busca de un nuevo hogar.

Había pasado más de cuatro día y los robots seguían su labor de limpieza cuando comenzaron registrar la señal de alerta que indicaba una presencia orgánica cercana. Algo respiraba entre los escombros.

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