domingo, 6 de marzo de 2011

Territorialidad masculina en un asiento de autobús

Hace un par de semanas que viajaba hacia la casa de mis padres en Turrialba me tocó compartir el espacio con un tipo que tenía más o menos mi edad pero, como sucede muy a menudo, era de mayor contextura. Como el número de asiento era impar ocupé el lado de la ventana y así fue como, al acomodarme en mi asiento junto al tipo colocado al lado del pasillo comenzó una batalla silenciosa (porque por más sociable que pueda ser uno a veces no nos nace hablarle a un compañero de viaje, ¿para qué?), se trata de una batalla sin palabras y ni siquiera miradas por el espacio personal.
Viajar junto a una mujer siempre es mejor. Huelen bien, se sientan de manera más recatada y hasta existe la posibilidad de que nos toque una muchacha bonita y/o simpática que converse cosas inteligentes y haga el viaje ameno. Viajar junto a una mujer siempre hace el viaje más placentero para un hombre, las razones son muchas, escojan la que quieran.
Pero sentarse en el bus junto a un tipo que también quiere viajar 100% cómodo es lo peor. En primer lugar el reposa-brazo en medio de los asientos no es negociable, es un territorio que hay que conquistar cada vez que el tipo de al lado se distrae, se duerme o se rasca la cabeza. Puede sonar divertido, pero no siempre lo es. En segundo lugar, creo que en ocasiones muchos de nosotros los hombres no entendemos el sentido de convivencia (eso explicaría tantas guerras mundiales entre gobiernos liderados... mirá vos qué casualidad, por hombres). Y es que cada asiento tiene un diseño en particular y de alguna manera los respaldos de los asientos que van siempre delante de nosotros tienden a dibujar una especie de límite para el espacio de cada persona. Pues no, un hombre tiene que meter su rodilla en el espacio de la otra persona para alcanzar su máxima comodidad, es así de simple, así de tonto. Allí también se trata de una batalla a librar, aprovechando cada distracción, movimiento involuntario o calambre del contrario.
Afortunadamente existe la lectura y la música para consolarme cada vez que pierdo contra una rodilla o un codo ajeno, es cuestión de abdicar el espacio, concentrarse en el propio y estar atento a cualquier posibilidad de contraataque. Porque también hay ego involucrado. Si no, ¿dónde estaría el premio? La territorialidad masculina en un asiento de autobús es una verdadera guerra de rodillas y codos.

2 comentarios:

*°·.¸¸.° Heidy °·.¸¸.°* dijo...

Y ni que decir de cuando nos toca a las mujeres librar esa batalla contra un hombre corpulento. Te miran de reojo como diciendo: "yo soy el dominante, así que puedo invadir espacio" y entonces te empiezan a apretujar hasta el punto de quedar confinada a sentirte como pan majado.

Es entonces cuando se me sale la fiera, lo miro fijamente a los ojos con una mirada de: "ni crea que me va a ganar", así que me acomodo, extiendo mis brazos y los pongo como límite de espacio: "De ahí no pasa!!", algunos se intimidan... y otros, ni cosquillas =(

Edward dijo...

Ves la diferencia, hoy viajé con una muchacha a la par y todo súper bien! :)